
La isla de Lanzarote ya se conocía en la antigüedad. Fue visitada por los fenicios que llegaron en busca de Orchilla, el tinte rojo que crece en las rocas que dan al norte de la isla.
Las excavaciones arqueológicas se llevaron a cabo por el equipo de Pablo Atoche Peña, de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, y de Juan Ángel Paz Peralta, de la Universidad de Zaragoza. Entonces se encontraron más de 100 fragmentos de cerámica romana, nueve pedazos de metal, y un pedazo de vidrio fechado entre los siglos primero y cuarto antes de Cristo.
El único testimonio escrito de la época medieval, es el viaje de San Borondón. En 1312, el navegante genovés Lanzarote Maloisel redescubrió la isla de Lanzarote para Europa y le dio su actual nombre. Durante los cincuenta años siguientes, varias expediciones se llevaron a cabo en busca de esclavos, pieles y tintes. Así comenzó el declive de la población aborigen.
En 1377, Ruiz de Avendaño, comandante de la flota corsaria castellana, se hundió después de una tormenta en la isla de Lanzarote, donde fue recibido por el rey Zonzamas, que le ofreció hospitalidad en la cama de la reina Fayna. De esta relación nació la princesa Ico, blanca y rubia, madre del último rey de Lanzarote, Guardafia. En 1393, el noble castellano Almonaster llegó a Lanzarote. Cuando regresó a la Península Ibérica, se llevó consigo algunos indígenas y algunos productos agrícolas.
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